Nájera – Santo Domingo de la Calzada
Etapa del Camino de los Satélites
J. A. Ferrero Blanco.
El camino tiene su paz, la de la gente que lo anda, buena, sencilla, esforzada, entregada a la hermandad y la generosidad. Otros, seres sin destino, se apostan a su vera y traman cómo entorpecer, asaltar y saquear sin dar un paso. Éstos acechan, aquéllos viven.
Las campanadas soñolientas de un reloj dieron las 8 hace ya, y el grupo, una vez abastecido de fruta fresca, agua y frutos secos, comienza a andar. El paso es vivo y la percusión de los bastones y botas sobre las losas pronto se aleja de los muros monacales de Santa María la Real.
El cielo es uniforme gris oscuro y sobre la cuesta de la Costanilla los charcos remansan la poca luz que trae el día.
Aunque el grupo se adelgaza, la conversación va y viene trayendo y llevando referidos del día anterior, anécdotas, y agudezas que se encajan con elocuentes risas.
Dejada atrás Nájera, una pista de firme arcilloso, sobre la que trotan los perros animosos, supera el arrollo de Valdecañas y prosigue tras interrumpirse por dos breves tramos asfaltados.
El olor a estiércol fresco anuncia la cercanía de un lugar: la villa de Azofra, que es recorrida, que no visitada, así como las ruinas de un Hospital y un cementerio para peregrinos que en ella hubo, y junto a las que el camino discurre.
La cellisca da paso a gotas más gruesas. El grupo hace un alto y se embute, cada cual, en esa irreprochable variante de la gran bolsa de basura, que se remata en dos mangas cortas y un gorro.
A los pocos kilómetros ya llueve con serena voluntad de persistir durante horas. El camino ondula sobre pequeñas lomas, el agua ha empapado la tierra y el barrizal dificulta el paso y la firmeza al caminar.
Un francés, precedido por su brillante perro-guía, se abre paso al grito de ¡pegrooooo cansado!
Subiendo una cuesta favorecida por guijarros, nos aproximamos a una dama que heroicamente viste una falda blanca bajo el aguacero empecinado en empantanar la trocha. El cuerpo menudo de la mujer, y su blancura, a decir de Agustín, el cámara, parece una fantasmal aparición, una materialización de bruja errante que el paisaje inunda con su claridad espectral.
Cuando le damos alcance, por su saludo sabemos que pudiera ser irlandesa: ¡Buen camino tenga!
Sobre esta expresión, ¡Buen camino!, y todas las variables que se puedan imaginar, incluida la sexual, Los peregrinos se saludan cuando se cruzan o superan.
Acerca del particular, si se desea ampliación, consúltese a Varela, el más polivalente de la cuadrilla.
Hasta donde la vista alcanza, la senda está ocupada por personas con bártulos a la espalda, protegidas con sus plásticos y que no miran atrás. Parece un cortejo de gentes desplazadas por la guerra, obligadas a marchar sin descanso sobre el barrizal y la incesante lluvia.
Cerca de Cirueña, se pasa junto a un merendero desierto y, pocos minutos después se llega, de sopetón, a una zona ocupada por un campo de golf y unas bárbaras imitaciones de casitas bávaras. Sólo los perros se entusiasman ante el espectáculo de un alfombrado suelo, de recortado césped, en medio De las llanuras que sobrevuela el cernícalo.
Una peregrina nos adelanta, y como una socarronería más del esperpento paisajístico, observamos que a su espalda lleva una mochilita de Mickey Mouse.
El grupo hace un alto en la villa. Entran en una atestada taberna de viandantes mojados que han dejado sus pertrechos a la puerta. Aunque la temperatura del antro es elevada y la humedad alta, apenas se perciben olores de oxidaciones. Mucho ha mejorado el aseo del hispano y el de quienes gozan caminando.
Reconfortados por las bebidas calientes, continuamos. Ha dejado de llover.
La señalización de la ruta es un tanto dudosa, pero echamos mano de la señora lógica y ¡Adelante!
A eso de unos dos Kms. Avistamos un pueblecillo. Y es extraño, pues nadie lo tiene señalado en el itinerario. Nos detenemos a considerar.
A lo lejos, en sentido contrario al de nuestra marcha, se distingue la procesión de peregrinos que se van.
Destacamos a Los inquebrantables guías David y Alfonso, pastoreados por la perra Liana, hasta la población para informarnos. Comienza de nuevo a llover.
Por teléfono nos indican que demos media vuelta y caminemos.
La perra, que ya regresó, se queja amargamente ante la dispersión de su ya menguado rebaño. Menos mal que las hierbas altas de la cuneta la van volviendo, lentamente, a su color natural.
El cielo se aclara un tanto y las nubes dejan de molestar.
Tras unos cerrillos, unas dos horas después, se apunta en el horizonte la torre de una iglesia: ¡Santo Domingo de la Calzada!.
Y en la noble villa entramos, con los pies algo tumefactos, que aquí el que no tiene rozaduras, goza de alguna torcedura, y hasta hay alguien que gasta esguince. Todo sea para poner a prueba las habilidades de Ester, nuestra hechicera de cabecera.
A grandes pasos nos acercamos a la insigne catedral, dando el cante, que no cantando aunque venga con nosotros Serafín, pues varios van lanzando vivas a los novios, el señor cura (Aquí será obispo), al acompañamiento y, por más porfiar, uno sugiere que se les tire arroz, pero con leche.
El reloj marca las 5.
¡La comida nos espera!.
Etapa recorrida el lunes, 11 de octubre de 2010.
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