Al sur de la isla de Tenerife, perteneciente al archipiélago de las canarias (España), se encuentra la denominada «playa de las Américas» y su continuación hacia el este con el nombre de «los Cristianos».
Se trata de una zona que comprende innumerables instalaciones hoteleras salteadas con un comercio de mantenimiento y otras actividades enfocadas en exclusiva al Turismo masivo, a lo largo de unos 5 kilómetros de costa.
Lo primero que percibe el viajero ciego es lo agradable del clima, pues oscila entre los 15 grados de mínima y los 24 de máxima. Seguidamente el tráfico fluido, con tendencia al caos a medida que se acerca la noche, se alterna con los reclamos de los relaciones públicas de hoteles y restaurantes, el estimulante rumor de piscinas y alguna que otra fuente, las músicas frívolas de toda suerte de terrazas y el cruzarse constante con personas que con la serenidad inspirada por el ocio hablan toda clase de lenguas sobre las que destaca el inglés. El castellano se prodiga poco y el suave acento canario apenas.
A medida que uno camina una y otra vez por las mismas calles distingue el desorden urbanístico que ha ido implantándose en el lugar con la única obsesión de la especulación y la explotación no sostenida de los recursos aunque fuesen servicios.
Otra característica desagradable para nuestra condición es la existencia de grandes estructuras hoteleras de difícil aprehensión por uno mismo, dados los espacios abiertos y con escasas referencias en ocasiones.
Si bien está todo urbanizado en calles, alguna avenida poco recta y varias rotondas que la brújula confunden, nuestra orientación se dificulta al solicitar ayuda a otros ciudadanos, pues en el caso de que tengamos la fortuna de topar con un idioma conocido, la persona generalmente desconocerá el terreno por el escaso tiempo que lleva en la isla y, cuando por ventura se trate de algún trabajador del sector o natural, sus explicaciones, con las consabidas referencias visuales, no pasarán de ser por nombres de establecimientos turísticos, pero casi nunca de calles, por lo que nuestro mapa mental se va construyendo a base de puntos dispersos difícilmente relacionables en un espacio. De aquí la importancia de contar con gráficos en relieve de la zona aun que de trazo grueso fuesen, pudiendo para ello dirigiese a la dirección administrativa de la ONCE en Tenerife, ya que cuenta con los medios indispensables para adaptar la información.
Si Usted viaja acompañado de su perro-guía, constatará inmediatamente, sobre todo entre los taxistas, la ignorancia que existe acerca de su uso y amparo legal, considerándolo en general como una mascota más.
Ante cualquier conculcación del derecho en este sentido, bien impidiendo la entrada del usuario con su perro-guía a locales de acceso público, servicios de transporte o su libre circulación, conviene conservar la calma, solicitar la presencia del máximo responsable del servicio o negocio, reunir todos los datos objetivos posibles y, una vez consumados los hechos, ponerse en contacto con la fundación ONCE del Perro-guía a través del teléfono 916324630, donde le orientarán sobre el procedimiento a seguir.
En definitiva, nos parece aconsejable:
1. Reunir de los lugares a visitar toda la información adaptada, que es más bien excasa, por lo que se ha de promover su realización.
2. Hospedarse en un establecimiento de tamaño medio y tradición en el sector, comprobando previamente ciertos detalles relativos a la accesibilidad de las instalaciones.
Para el caso que nos ocupa, recomendamos sin ambages ni comisión alguna el Hotel Hesperia Troya, que a lo indicado añade el exquisito trato de su personal, precios moderados y ayuda en el comedor, cosa ésta importante dado que en la zona, es práctica habitual el autoservicio.
3. La gastronomía de la zona visitada no parece excelente dado su enfoque turístico masivo, por lo tanto nos puede servir la del hotel o cualquier restaurante nada sofisticado que encontremos, y es difícil según la hora, con la música o actuaciones en directo a niveles tolerables de volumen.
Una última y necesaria consideración nos obliga a decir, a parte de que cada cual cuente la feria como le va en ella, que la duración de nuestra estancia en Playa de las Américas y Los cristianos fue ciertamente breve (inferior a una semana), por lo que cuanto se ha escrito hasta aquí debe ser sometido a esta cautela.
Santander, 30 de abril de 2003
(tercer día posterior al regreso)