POR ROBERTO SANCHO ÁLVAREZ
Por fin era 4 de enero, los caminantes no videntes y sus guías, estaban listos para visitar La Reserva Biológica del Bosque Nuboso Monteverde.
Mientras la microbús se desplazaba por la carretera panamericana norte, para alcanzar el kilómetro 149 y desviarse a la derecha del río
lagarto, por un camino de tierra que los llevaría a ése santuario natural, el grupo comentaba acerca de lo que encontrarían en los 7 senderos
del bosque nuboso.
Antes del mediodía, el conductor detuvo el auto junto al albergue que durante dos noches y 3 días, ofrecería techo, abrigo y alimento a la
docena de exploradores.
Luego de acomodarse en las dos habitaciones destinadas al grupo, disfrutamos de un exquisito almuerzo que nos dio fuerzas para con mapa
en mano, emprender la primera caminata.
El grupo partió del edificio de recepción, para alcanzar el mirador ventanas, donde el sonido del viento, recuerdan el mar embravecido.
Durante el recorrido por el sendero brillante, evoqué la primera vez que estuve ahí, en ésa división continental, otros amigos no videntes
y yo, sentimos la fuerza del viento, el ruido, como los árboles no pueden crecer porque sus ramas, son quebradas por la fuerza del aire que
solo permite la estatura suficiente para formar la ventana que da nombre a ése paradisíaco lugar.
Al llegar, el tiempo era diferente, los vientos de hasta 120 kilómetros por hora, estaban quietos, la lluvia dio paso al sol y entonces, nuestros
guías, pudieron disfrutar de una panorámica que les mostraba el mar caribe y el golfo de Nicoya , donde con ayuda de unos binóculos, vieron
las embarcaciones que navegaban las mansas aguas del océano pacífico.
24 horas más tarde, lo intentamos de nuevo y ésta vez sí, la lluvia y el viento, se pusieron en contacto con nuestros sentidos, hasta llenar
nuestros espíritus de gozo.
De regreso al albergue, pasamos a la tienda de recuerdos, donde además de camisetas, lapiceros, aretes y otros objetos con motivos alusivos a
la naturaleza, disfrutamos de la presencia de decenas de colibríes que tenían sus comederos cerca de la tienda y que luego, visitaríamos para
encontrar por la noche, a otros fascinantes huéspedes.
Después de la cena, caminamos un rato por los alrededores, donde estuvieron los pisotes compartiendo el espacio con los turistas, la tertulia
se prolongó algunas horas y luego el sueño reparador permitió la aventura del día siguiente.
Antes de las 8 de la mañana, bajamos a desayunar mientras a poca distancia, los bosques enanos sometidos a la furia del viento que les impide
crecer, comparten el territorio, con grandes ejemplares arbóreos coronados por hermosas orquídeas bromelias y helechos, que destacan su majestuosidad,
tocados por lianas y musgos que completan su mágica presencia. Al tomar el camino, sabíamos que la reserva, es el hogar de más de 120
especies de mamíferos, 500 especies de aves, 120 de anfibios y reptiles, protegidas por las más de 3000 especies de plantas que si guardábamos
silencio al desplazarnos, podríamos disfrutar de sus cantos, olores y texturas.
Nos adentramos a la montaña por el sendero roble, el terreno es algo fangoso pero en general, se puede transitar sin mayor riesgo, luego queremos
ir al sendero del puente, que tiene una longitud de 100 metros, pero está en reparación por lo que ése recorrido quedará para el último
día y mientras tanto, nos desviamos al sendero Chomogo, que existe desde la fundación de la reserva, es el más elevado de cuántos senderos
conforman el triángulo visitados por los eco turistas.
A los funcionarios de la reserva, les llamó la atención, como ése grupo de personas ciegas y con baja visión junto a sus guías, pudieran alcanzar
los 1680 metros de altura y regresar a tiempo para almorzar, tomar un descanso y por la noche, emprender la incursión al bosque, acompañados
de Dulce Wilson, una joven y experimentada guía que les mostraría la vida nocturna de la reserva.
A las 7 y 15 de la noche, Los guías empuñaban las linternas, mientras dulce daba algunas recomendaciones para obtener el mayor provecho
de la aventura.
-La naturaleza es tan frágil, que algunas ranas, quedan ciegas si la luz de sus linternas, las impacta en forma directa y si las pusiera en
sus manos, la temperatura las mataría porque ellas son de sangre fría- manifestaba Dulce que poco a poco, nos compartía su conocimiento.
Ante un gran higueron , nos explicó que estaba prohibido dentro de la reserva, pero que de lo contrario, cualquier persona, podría escalar el
higueron por dentro, había suficiente espacio para ascender y además, un estudio de las copas de los árboles que por el momento, tenía sólo
un 5 por ciento de investigación, mostraba datos tan sorprendentes, como que gracias a los vientos continentales, en la cúspide de ésos milenarios
ejemplares, se encontraron, muestras de arena del desierto del Sahara.
Lloviznaba pero el viento era muy leve, ésta condición, permitió preguntarle si los animales, no se caían cuando el viento y la lluvia arreciaban,
-quienes suelen caer, son los ratones y las culebras, pero no se preocupen, en 15 años de guía, sólo dos veces me cayeron culebras y solo
una era venenosa – nos dijo Dulce con picardía.
Si iluminan hacia aquél punto rojo, verán una hembra quetzal, y las guías admiran al ave pero también nosotros nos beneficiamos con su
descripción, -éste helecho es una muestra de solidaridad, sus hojas , son transparentes para permitir que la luz, penetre hasta las plantas
que se ubican más abajo y se beneficien de los rayos solares- en efecto, la textura, es más lisa y a diferencia de otras plantas, los helechos
se mantienen intactos porque sustancias venenosas, no permiten que los insectos se alimenten de ellos.
Antes de finalizar el recorrido, pide que nos coloquemos en fila, que apaguen las linternas y mientras viajamos a «ciegas», los hongos luminosos
y los insectos con luz propia, se muestran ante la expectación de los caminantes.
Para terminar la noche, Dulce se dirige a los comederos de los colibríes, nos colocamos bajo ellos y sentimos el zumbido de los murciélagos
que vuelan en post del néctar para alimentarse.
Al tercer día, debemos partir pero antes de hacerlo, desayunamos temprano para aprovechar el tiempo que nos queda y recorrer el sendero
bosque Nuboso.
Mientras esperamos a unos compañeros para marcharnos, los nuevos visitantes, bajan sus maletas, nosotros, palpamos las artesanías que el visitante
que ingresó por la noche, realiza en vidrio, ranas, colibríes y otras bellezas que al paso del tubo de vidrio por el soplete, cobran vida
en las manos del artista.
Ya en el bosque, escuchamos las aves, podría ser el quetzal que en su época de apareamiento (por el mes de abril), se muestra con mayor frecuencia,
el camino, lleva al valle de peñas Blancas y como está despejado, los rayos solares, atraen las mariposas y se pueden observar algunas
aves.
Bajamos las gradas hechas con madera extraída de los árboles caídos; el tiempo no nos permite visitar los senderos pantanosos, tampoco el
segundo o tercer refugio, pero cuando llegamos al Sendero el camino, forzamos la marcha para recoger nuestras pertenencias y dejar las
habitaciones que ya esperan los nuevos turistas.
Abordamos el vehículo y a pocos minutos, nos detenemos en la Fabrica de Quesos Monteverde, ahí adquirimos natilla, queso y otros productos
lácteos de gran calidad que se preparan a la vista de los visitantes, como no hemos almorzado, un batido, unos helados o un café, hacen las
delicias de todos quienes por 3 días, dejamos la rutina de nuestras ocupaciones para disfrutar de la naturaleza.
Personas ciegas o con baja visión:
José Mario Garita, José Guillermo Gutiérrez, Olman Hernández, Yorleny Quesada, Roberto Sancho.
Guías: Ada Lucía Avendaño, Ligia Calderón, Patricia Rodríguez, Tania Sancho, Olga Zúñiga.
Acompañantes:
María Luisa Avendaño, Gladis Avendaño y Mikel Rivera.