De las tres provincias que componen la comunidad autónoma del País vasco, Álava es la que cierra el triángulo geográfico por el sur, la que carece de costa, la más mezclada por ser uno de los caminos obligados desde Castilla hacia Navarra y, por Guipúzcoa preferentemente, hacia Francia.
Su capital, Vitoria, a la que se ha añadido el nombre de Gasteiz por ser el de la aldea primitiva origen de su fundación, cuenta con unos 224.000 habitantes, eso si, distribuidos con cierto orden y racionalidad. Y ello, porque, a pesar de contar la ciudad con un casco medieval en buen estado de conservación, numerosos monumentos de interés histórico-artístico y una población laboriosa, la primera sensación que la ciudad nos ofrece es de amplitud, de calma, de serena acción.
El caminante se ha de contener ante tanta tentación y usar de la mesura para no desfondarse el primer día: calles y avenidas de espaciosas aceras (en muchos cruces con semáforos sonoros), grandes caminos peatonales que unen plazas y parques al tamaño y gusto humano fabricados, templos que de tanto en tanto se hacen tañido y por él se localizan en un sin fin de corredores verdes hasta, por medio de los arquillos ascender al sosiego del conjunto medieval que, poco a poco se aclara en correderas al modo y nombramiento de los antiguos gremios: piedra en las plazoletas, rocas enormes en el resto de lienzo de la antigua muralla, adoquines en las angostas rúas que se han de compartir con vehículos a paso de cabalgadura, y labrada piedra de palacetes y templos en restauración.
Presidiendo todo el conjunto histórico medieval se levanta la catedral gótica de Santa María, orgullo y temor de los Vitorianos, pues no hay siglo que pase sin que amenace vencerse, y ellos a restaurarla y a luchar contra su mal mientras descuidan el propio.
Cerca de este altivo templo, un centro de información-turismo se dedica a la loa de sus virtudes y asechanzas reclamando, a través del comercio y el honor, un dinero que sirva a la salud de la siempre enferma catedral, bella por demás y de la que se puede tocar una reproducción a escala, que para bien ser, conviene esté guiada, sobre la maqueta se entiende, por una de las personas que atienden el negocio de la salvación y además, parecen respetables en cuanto al arte se refiere.
Pero, antes que nada, nos ofrecerán amable y gratuitamente, y para consultarlo, el folleto oficial de su proyecto restaurador y antecedentes, transcrito en sistema braille.
Descendiendo por las calles de sociedades gremiales, el caminante llegará hasta el ensanche de la ciudad, remanso de espacios abiertos y numerosas calles peatonales que guardan la forma cuadriculada racionalista unida a las curvas que la orografía del terreno conlleva.
Si el día ha sido soleado, los ciudadanos salen al atardecer y se demoran en los numerosos parques y paseos descansando en alguna terraza, si la sed se presenta, pues tiene Vitoria un clima continental de duros inviernos y secos veranos.
Destacaremos de entre los primeros el parque de la Florida, especie de botánico con características del romanticismo decimonónico y en el que se pueden tocar numerosas especies de árboles y arbustos, poco frecuentes, y aún menos en un ambiente sombreado, fragante, animado de trinos y gorjeos que puntean el sonido siseante de una pequeña cascada que desvela los sentidos y a nosotros nos servirá, a mayor abundamiento, de referencia para orientar nuestros pasos.
La Senda,es el nombre de uno de los paseos más transitados de la ciudad y, a la vez, mejor ambientado. Los tres Km. De longitud que posee se hallan flanqueados, de trecho en trecho, por árboles centenarios de magnífico porte.
Y ya con la noche encima, buscaremos un lugar para reponernos. Si posible fuese, pues se toman sobre todo en abril, un plato de caracoles en salsa con jamón o una buena ración de perretxicos Pequeñas setas guisadas muy tersas y sabrosas), maridado con un buen vino, de la cercana Rioja por ejemplo, nos animará lo bastante como para continuar al día siguiente.
Otra ventaja en absoluto desdeñable, de esta ciudad de servicios es, como ya se ha apuntado más arriba, su cercanía y buenas comunicaciones con poblaciones de prestigio bien ganado entre las que destacan la monumental Burgos y san Sebastián, marítima y cultural como pocas. A cada una de ellas, pérdida sería si no dedicásemos un día de nuestra vida.
Ya con la idea del regreso a lo cotidiano, nos vamos despidiendo de esta armónica capital, vivible donde las haya y con unos vecinos discretos y amables, sobrios, apacibles y al tiempo alegres y educados. Para que el recuerdo no sea presa del corrosivo olvido, hacemos una última visita a una de las confiterías del centro y nos llevamos una caja de los excelentes «vasquitos y Neskitas», especie de bombones variados que avivan las imágenes cuando ya se han ido.
Santander, 1-7-03
A mes y medio del regreso
Percepción en tres días